Mirad el primer almanaque que tengáis a
mano. En ninguno encontraréis las dos efemérides más importantes del
año. Un veinticinco aniversario doble: el del nacimiento del GIF
(Graphics Interchange Format) y el de la primera vez que este niño
castellano vio el mar. El siguiente texto dará cuenta del primero a
través de los ojos del segundo. Porque el gentilicio de la mirada es
importante en circunstancias como esta. Un castellano pierde de verdad
la virginidad cuando ve el mar por primera vez. Tras ser arrojado al
páramo del espanto después de nueve meses amnióticos, percibir el mar no
supone un regreso al útero, sino el despertar emocional y estético. Es
cambiar el amarillo por el azul, el campo de cereal por láminas de agua,
espigas por olas, barro por espuma, las cigüeñas por las gaviotas, las
plagas de topillos por los bancos de sardinas. El uso de razón se
adquiere a la orilla del mar.
Hablaremos de un tipo concreto de GIF, el animado. Su producción
masiva y su presencia generalizada, nos lleva a considerarlo un elemento
simple, cuando no banal. A lo sumo como un tipo de imagen de
reminiscencias pop, y por lo tanto intrascendente. Despachar la
morfología y la percepción del GIF animado con la misma rutina mecánica a
la que empuja su uso, es una frivolidad. Si no eres un simple
internauta y tienes relación con el estudio de la imagen, la frivolidad
se convierte en irresponsabilidad. En un rápido análisis del GIF como
integrante legítimo del audiovisual contemporáneo, podemos llegar a
trazar toda una genealogía artística mientras desciframos algunos de
nuestros comportamientos.
I. Estética
En la era del blockbuster elefantiásico y de las 3D, una de
las primeras tentaciones es menospreciarlo por sus dimensiones reducidas
y por su formato cambiante y a menudo erróneo. El GIF no sabe de la
proporción áurea ni de estándares en la relación de aspecto. Es
anárquico por naturaleza, hijo pobre y rebelde de la tijera digital. El
GIF selecciona y, en el proceso, puede fraccionar y deformar un encuadre
matriz. Su propia composición no le preocupa, es una característica
accesoria que viene condicionada por el suceso elegido. Prima la
legibilidad sobre posibles patrones plásticos. Y aunque su formato
siempre termina abrazando la herencia pictórica, en él late cierto
espíritu dadá.
El GIF se apropia de la obra original al tiempo que la altera. Todo
desde un amateurismo extremo. Se ríe de la sociedad del espectáculo
sirviéndose de sus medios. Ajeno a la voluntad de su creador, el GIF
acaba convertido en un détournement situacionista de manual.
Hoy se borran millones de vídeos atendiendo a reclamaciones de
diferentes derechos, pero es imposible eliminar los GIFs elaborados a
partir de ellos. El GIF es un guerrillero del recuerdo capaz de derrotar
a las legiones de la censura.
Igual que con el tamaño y el formato deslavazado, al GIF se le puede
atacar vía definición y profundidad de la imagen. Al margen de las
limitaciones propias de su tecnología, los cambios aplicados sobre la
fuente acarrean sin remedio pérdida de calidad. Al conocer que tanto el
creador como los procedimientos empleados son caseros, no debe extrañar
que el resultado final no sea lustroso. En ocasiones, la fealdad del GIF
alcanza límites asombrosos y directamente proporcionales a la calidad
de la fuente, al perfeccionamiento tecnológico a lo largo de los años y a
la pericia del usuario. Anatema en la época de la Alta Definición y del
modelado corporal, o quizá no tanto. Es la época de la HD pero también
la del pixel art y la del renacimiento del found footage,
del cine de materiales y del cine sin cámara, donde la
hipoformalización y la ruina iconográfica acceden a categorías y
funciones estéticas.
Siempre hay excepciones. GIFs conscientes, de autor, con
afán artístico y con referentes no tan populares. GIFs pulcros y
respetuosos con la forma que exploran las posibilidades del medio.
Cualquiera puede disfrutar de algunos ejemplos visitando las obras
maestras de IWDRM o los encantadores y veraniegos de lacasinegra.
Otro de los aspectos físicos del GIF que enlaza con los históricos,
es su ausencia de sonido. Lo que nos hace pensar como primera opción en
el cine silente. Pero podemos ir más atrás, a la arqueología del cine. A
los juguetes ópticos y a otros tantos dispositivos donde el movimiento
de las imágenes respondía a una secuencia finita. Soportes al margen, la
diferencia más sustancial entre el GIF y aparatos como el zootropo, el
taquiscopio, el fenaquistiscopio, el taumatropo, el folioscopio o el
praxinoscopio, radica en que la tracción necesaria para generar un
movimiento perpetuo —es muy raro ver un GIF sin loop— se reduce
a un clic. El GIF luce su arcaísmo en un mundo programado para
exterminar lo que ni siquiera ha llegado a viejo. Lo hace no solo desde
la pátina sino desde su estructura interna, desde su simplicidad en la
animación de los cuadros que lo conforman. No es extraño, entonces, que
el GIF cautive a los interesados en las modas Vintage y Lomo.
Si bien la vejez del GIF es más auténtica y nada nostálgica. El
universo Tumblr es inabarcable, pero viajar atrás en el tiempo es
posible en el de autarque.
El GIF se limita a reproducir, no a registrar. Esto lo aleja de la otra rama del precine, la del estudio del movimiento con prurito científico. La de Pierre Janssen, Albert Londe, Muybridge o Marey. No obstante, es tentador rescatar los trabajos de Marey sobre animales, donde los gaticos ya demostraban su apostura y su querencia por el trolling visual. Por no mencionar las posteriores peliculitas de la Escuela de Brighton —en especial The Big Swallow (James Williamson, 1901)—, piezas de la factoría Edison como The Kiss(William Heise, 1896) o la electrocución de Topsy, los microsucesos de las vistas Lumière, los trucos de Méliès, los filmes de danzas femeninas tan populares en los comienzos del invento, etc. El GIF debe ser más modesto y conformarse con ser compañero, que no heredero, de los juguetes mencionados y de mecanismos primitivos de visionado como el kinetoscopio y el mutoscopio. Con los que no comparte la restricción a un único punto de vista y espectador.
El GIF se limita a reproducir, no a registrar. Esto lo aleja de la otra rama del precine, la del estudio del movimiento con prurito científico. La de Pierre Janssen, Albert Londe, Muybridge o Marey. No obstante, es tentador rescatar los trabajos de Marey sobre animales, donde los gaticos ya demostraban su apostura y su querencia por el trolling visual. Por no mencionar las posteriores peliculitas de la Escuela de Brighton —en especial The Big Swallow (James Williamson, 1901)—, piezas de la factoría Edison como The Kiss(William Heise, 1896) o la electrocución de Topsy, los microsucesos de las vistas Lumière, los trucos de Méliès, los filmes de danzas femeninas tan populares en los comienzos del invento, etc. El GIF debe ser más modesto y conformarse con ser compañero, que no heredero, de los juguetes mencionados y de mecanismos primitivos de visionado como el kinetoscopio y el mutoscopio. Con los que no comparte la restricción a un único punto de vista y espectador.
Avanzando un poco en el tiempo, el GIF sí comparte con el silente la
frecuente alteración de la velocidad del movimiento y una estrategia
narrativa capital en la historia del cine cómico: la repetición. Uno de
los recursos habituales del gag silente era la repetición de un mismo
acto las veces necesarias hasta que su ruptura por variación, inversión o
cese, activaba la risa. Al GIF le cuesta introducir ese quiebro final
que otorgue sentido a la serie precedente, pero la funcionalidad de la
mera repetición como desencadenante de la comicidad es innegable. De
forma más genérica y estática, en el GIF encontramos cercanía con el
humor gráfico convencional. Tan pronto presenta la ironía de una viñeta
de opinión, como se instala en el vitriolo. Que en el GIF prime lo
lúdico, no debe ocultarnos su compromiso circunstancial con la crítica y
lo didáctico.
II. Psicología
La repetición nos conduce del cine a la psicología. Hacer siempre lo
mismo y esperar resultados diferentes, era la definición que Einstein
daba para la locura. Ante un GIF no esperamos que nada cambie, es más,
no queremos que nada cambie. El GIF pone de manifiesto nuestro enorme
potencial neurótico. Nos fascina porque entra de lleno en el terreno de
la neurosis. Acudimos a él como saciante y, antes que como experiencia
vicaria, como antídoto para las fantasías patológicas. Nos colgamos en
él hasta que nos damos cuenta del error, de su improductividad a ese
nivel. Independientemente de su temática, genera un consumo compulsivo
que no calma la obsesión subyacente. Lo bulímico del GIF es otro ejemplo
de lo que Jung denominaba “empresa sustitutiva insatisfactoria”.
El GIF es masturbatorio por naturaleza. Y no me refiero a que uno de sus géneros más conocidos sea el pornográfico, sino a esa capacidad para evidenciar las miserias humanas. La repetición infinita de un sucedáneo como máscara, como mecanismo para encubrir el trauma y como muestra de terquedad. Cuando veo un GIF siempre pienso en el hermoso plano final de Survival of the dead (George A. Romero, 2009). Los dos enemigos irreconciliables convertidos en zombis, con toda la eternidad por delante para batirse en duelo una y otra vez.
No me gustaría despachar a la pornografía con una mención casi clandestina. El GIF pornográfico no funciona, o al menos funciona peor que el soft y el erótico. Con toda una videoteca porno a tiro de ratón, el GIF sigue explotando el caballeresco arte del erotismo. Las muestras son incontables, pero cualquier varón heterosexual habrá disfrutado con el clásico de Rebeca Linares —cuando todavía parecía una mujer, antes de los hórridos balones de playa— meneando el culo de perfil, sin falos ni dilataciones al acecho. Cualquier mujer habrá pensado en algo —no sé en qué sinceramente—, al contemplar el ir y venir pendular del miembro de Michael Fassbender en Shame (Steve McQueen, 2011). Chicas, ¡que no os embauquen!, ese pene es del método, tiene Stanislavski detrás, tiene varios pases por la mano. Y cualquier homosexual habrá gozado con los de Ryan Gosling martillo en mano o palillo en boca. Por el contrario, el GIF explícito o hard quedó reducido al submundo estético de banners ya en extinción. En la actualidad deambula por la Red como los yonquis camino de la dosis, y solo resulta atractivo cuando se fusiona con la comedia.
Otro de los rasgos visuales y afectivos del GIF es el gusto por lo impactante. Su fuerte especialización en actos extremos y pifias, es la consecuencia de hibridar la era Youtube o Live Leak con la televisión de los años noventa. Porque Jacksass es mero epígono de aquella legión de programas que triunfaron en todo el mundo mediante el formato de lo que, en España, conocimos como Impacto TV y Vídeos de Primera. Sin embargo el GIF conserva la ingenuidad, resultando intolerable en menos ocasiones de las que podría parecer. El hipotético montaje de un largometraje de GIFs tendría un efecto similar al de Mer Dare (Nuestro siglo, 1984), donde Artavazd Pelechian retrataba nuestra aventura secular a base de trompazos. El GIF y el filme de Pelechian nos hablan de cómo el impacto deviene, primero, extravagancia y, finalmente, inocencia. Aquellos chalados en sus locos cacharros.
El GIF es masturbatorio por naturaleza. Y no me refiero a que uno de sus géneros más conocidos sea el pornográfico, sino a esa capacidad para evidenciar las miserias humanas. La repetición infinita de un sucedáneo como máscara, como mecanismo para encubrir el trauma y como muestra de terquedad. Cuando veo un GIF siempre pienso en el hermoso plano final de Survival of the dead (George A. Romero, 2009). Los dos enemigos irreconciliables convertidos en zombis, con toda la eternidad por delante para batirse en duelo una y otra vez.
No me gustaría despachar a la pornografía con una mención casi clandestina. El GIF pornográfico no funciona, o al menos funciona peor que el soft y el erótico. Con toda una videoteca porno a tiro de ratón, el GIF sigue explotando el caballeresco arte del erotismo. Las muestras son incontables, pero cualquier varón heterosexual habrá disfrutado con el clásico de Rebeca Linares —cuando todavía parecía una mujer, antes de los hórridos balones de playa— meneando el culo de perfil, sin falos ni dilataciones al acecho. Cualquier mujer habrá pensado en algo —no sé en qué sinceramente—, al contemplar el ir y venir pendular del miembro de Michael Fassbender en Shame (Steve McQueen, 2011). Chicas, ¡que no os embauquen!, ese pene es del método, tiene Stanislavski detrás, tiene varios pases por la mano. Y cualquier homosexual habrá gozado con los de Ryan Gosling martillo en mano o palillo en boca. Por el contrario, el GIF explícito o hard quedó reducido al submundo estético de banners ya en extinción. En la actualidad deambula por la Red como los yonquis camino de la dosis, y solo resulta atractivo cuando se fusiona con la comedia.
Otro de los rasgos visuales y afectivos del GIF es el gusto por lo impactante. Su fuerte especialización en actos extremos y pifias, es la consecuencia de hibridar la era Youtube o Live Leak con la televisión de los años noventa. Porque Jacksass es mero epígono de aquella legión de programas que triunfaron en todo el mundo mediante el formato de lo que, en España, conocimos como Impacto TV y Vídeos de Primera. Sin embargo el GIF conserva la ingenuidad, resultando intolerable en menos ocasiones de las que podría parecer. El hipotético montaje de un largometraje de GIFs tendría un efecto similar al de Mer Dare (Nuestro siglo, 1984), donde Artavazd Pelechian retrataba nuestra aventura secular a base de trompazos. El GIF y el filme de Pelechian nos hablan de cómo el impacto deviene, primero, extravagancia y, finalmente, inocencia. Aquellos chalados en sus locos cacharros.
III. Semiología
Por último, podemos destacar el valor del GIF en la comunicación y
socialización de Internet. Al valor narrativo hay que añadirle su
creciente función como sema. Su presencia en un determinado lugar y
momento (un foro, un chat, un blog) puede incorporar nuevos significados
—quizá solo comprensibles para los iniciados—, además de servir como
abstracción y concepto.
En este sentido enlaza con las teorías clásicas del Meme en tanto unidad de información y medio de difusión. Un GIF que puede haber nacido en ese underground de la Red donde es más que aconsejable navegar con un buen proxy, puede terminar institucionalizado en horas por Twitter o Facebook. Pero al GIF le cuesta mantenerse puro. Es un mutante omnívoro que no dejará de generar adaptaciones, de incorporar elementos que le hagan variar de forma y significado hasta convertir su estudio filogenético en tarea imposible. En esta manipulación no solo de sus cuadros, sino en la de las capas de cada cuadro mediante filtros, tipografías, animaciones, nuevas imágenes, etc., apreciamos su inclinación hacia el collage, por no decir hacia la teratología.
El GIF animado como imagen o, más apropiado, como conjunto de imágenes y hasta de textos, también debe analizarse dentro de los metarrelatos. Si en un futuro nada lejano el GIF despertara un mínimo interés, no cabe duda de que sería despreciado por rojos y azules. Unos lo verían como el último residuo del imperialismo audiovisual capitalista. Como nuevo producto deglutido acríticamente por la sociedad de consumo. Una excrecencia ridícula de la iconosfera. Una nota al pie en aquello que nos contaba Ramonet sobre La golosina visual. Mientras, los otros se escandalizarían por su evidente tono desacralizador. Los santurrones clamarían contra el relativismo moral y la banalización del arte. Que arte era Tintoretto, oiga. Que dónde están los valores. Volverían a cargar contra la maligna posmodernidad sin darse cuenta de que lleva muerta tantos años como se quiera; si es que alguna vez llegó a estar viva.
En ambos casos, el GIF descubriría —sigo utilizando el condicional pero, si quieres, puedes cambiarlo por el presente de indicativo— como reaccionario el análisis ideológico de las imágenes al que estamos acostumbrados. El GIF es una gran oportunidad para airear el espectador emancipado que somos. Para dejar en evidencia a todos los que no han cumplido su labor amparándose en el sofisma de la saturación de estímulos. Para acreditar la deriva conservadora de una crítica cultural ejecutada por intelectuales caducos y perdonavidas que ven al resto —según venga el aire y el dinero— como una horda de descamisados o como un rebaño.
En este sentido enlaza con las teorías clásicas del Meme en tanto unidad de información y medio de difusión. Un GIF que puede haber nacido en ese underground de la Red donde es más que aconsejable navegar con un buen proxy, puede terminar institucionalizado en horas por Twitter o Facebook. Pero al GIF le cuesta mantenerse puro. Es un mutante omnívoro que no dejará de generar adaptaciones, de incorporar elementos que le hagan variar de forma y significado hasta convertir su estudio filogenético en tarea imposible. En esta manipulación no solo de sus cuadros, sino en la de las capas de cada cuadro mediante filtros, tipografías, animaciones, nuevas imágenes, etc., apreciamos su inclinación hacia el collage, por no decir hacia la teratología.
El GIF animado como imagen o, más apropiado, como conjunto de imágenes y hasta de textos, también debe analizarse dentro de los metarrelatos. Si en un futuro nada lejano el GIF despertara un mínimo interés, no cabe duda de que sería despreciado por rojos y azules. Unos lo verían como el último residuo del imperialismo audiovisual capitalista. Como nuevo producto deglutido acríticamente por la sociedad de consumo. Una excrecencia ridícula de la iconosfera. Una nota al pie en aquello que nos contaba Ramonet sobre La golosina visual. Mientras, los otros se escandalizarían por su evidente tono desacralizador. Los santurrones clamarían contra el relativismo moral y la banalización del arte. Que arte era Tintoretto, oiga. Que dónde están los valores. Volverían a cargar contra la maligna posmodernidad sin darse cuenta de que lleva muerta tantos años como se quiera; si es que alguna vez llegó a estar viva.
En ambos casos, el GIF descubriría —sigo utilizando el condicional pero, si quieres, puedes cambiarlo por el presente de indicativo— como reaccionario el análisis ideológico de las imágenes al que estamos acostumbrados. El GIF es una gran oportunidad para airear el espectador emancipado que somos. Para dejar en evidencia a todos los que no han cumplido su labor amparándose en el sofisma de la saturación de estímulos. Para acreditar la deriva conservadora de una crítica cultural ejecutada por intelectuales caducos y perdonavidas que ven al resto —según venga el aire y el dinero— como una horda de descamisados o como un rebaño.
Roberto Amaba
Originalmente en Miradas de cine
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