Conocíamos a la directora, Belén Macias por haber rodado hace unos años, dos cortometrajes de éxito; El Puzzle y sobretodo Mala Espina por el que fue nominada a los Premios Goya.
Esos trabajos no estaban nada mal, por ello y porque la reputada productora de los Hermanos Almodóvar, El Deseo estaba detrás de El patio de mi cárcel entré al estreno en San Sebastián predispuesta a ver una película, una ópera prima cuanto menos interesante y bien interpretada. Pues no, nada más lejos ya que estamos ante una TV-movie protagonizada por todo un abanico de personajes arquetipos, con bastantes errores de casting y una realización sin emoción más cercana a una serie de televisión que a una película de cine.
Pero si el año pasado, su homónima, Siete mesas de billar francés triunfó - para mí sorprendentemente - entre la critica no me sorprendería nada que esta que nos ocupa, arrasara también el próximo mes de enero en los premios de la Academia.
La historia se sitúa en los años 80, en la cárcel de mujeres de Yeserias y relata las aventuras y desventuras de un grupo de teatro, el Modulo4, liderado por Mar (una recuperada Candela Peña también en cartelera con Los años desnudos) una joven funcionaria de prisiones que quiere dar una oportunidad a las presas para escapar de la rutina y sobretodo ayudarlas a recuperar el pulso de sus vidas, perdidas por las drogas, la prostitución o los maridos violentos, en fin, “todo una canto a la libertad” disfrazado de folletín de sábado por la tarde.
Mar consigue a un grupo de mujeres de lo más variopinto y es aquí donde arranca el desfile de actrices más o menos conocidas. Verónica Echegui es Isa (con un dedo desenfocado en el cartel, me ha llamado la atención¿?) una barriobajera yonqui (se le dan muy bien estos papeles a Verónica), incapaz de vivir en sociedad, fuera de las cuatro paredes de la cárcel, quizás también porque es lo único que conoce desde niña.
Dolores, una gitana rubia que ha matado a su marido, en unos años bastante lejos todavía de la ley sobre violencia de genero, está interpretada por una Ana Wagener, más sobreactuada que nunca. Violeta Pérez es una joven colombiana de lo más sufrida, la ubicua, Natalia Mateo, da vida a una lesbiana metida en líos y la veterana actriz mexicana, Patricia Reyes Spíndola salva el tipo en la piel de una narco.
A todas ellas hay que sumar también la presencia de Blanca Portillo en un papel de poco lucimiento, el de Adela, la directora de prisiones y mano derecha de Mar. Lo peor de esta historia es su cursilería, la moralina que sacude todas sus secuencias. El tono melodramático siempre a camino entre la comedia y la tragedia que estoy harta de ver en televisión y mucho más en el último cine español, me enerva.
Parece que somos incapaces de llegar a la madurez narrativa con este estilo de películas que por otro lado son tristemente defendidas por ciertos sectores de critica y publico, a mí particularmente, El patio de mi cárcel al igual que la antes mencionada, Siete mesas de billar francés o la Torre de Suso, lo único que me producen, es vergüenza ajena. El cine español necesita de raíz un cambio a nivel narrativo y formal y aunque ya existen ejemplos puntuales con autores como Jaime Rosales o Albert Serra, deben empezar a ser aceptados no solo en Festivales de cine internacional sino sobretodo por el gran público.
Esos trabajos no estaban nada mal, por ello y porque la reputada productora de los Hermanos Almodóvar, El Deseo estaba detrás de El patio de mi cárcel entré al estreno en San Sebastián predispuesta a ver una película, una ópera prima cuanto menos interesante y bien interpretada. Pues no, nada más lejos ya que estamos ante una TV-movie protagonizada por todo un abanico de personajes arquetipos, con bastantes errores de casting y una realización sin emoción más cercana a una serie de televisión que a una película de cine.
Pero si el año pasado, su homónima, Siete mesas de billar francés triunfó - para mí sorprendentemente - entre la critica no me sorprendería nada que esta que nos ocupa, arrasara también el próximo mes de enero en los premios de la Academia.
La historia se sitúa en los años 80, en la cárcel de mujeres de Yeserias y relata las aventuras y desventuras de un grupo de teatro, el Modulo4, liderado por Mar (una recuperada Candela Peña también en cartelera con Los años desnudos) una joven funcionaria de prisiones que quiere dar una oportunidad a las presas para escapar de la rutina y sobretodo ayudarlas a recuperar el pulso de sus vidas, perdidas por las drogas, la prostitución o los maridos violentos, en fin, “todo una canto a la libertad” disfrazado de folletín de sábado por la tarde.
Mar consigue a un grupo de mujeres de lo más variopinto y es aquí donde arranca el desfile de actrices más o menos conocidas. Verónica Echegui es Isa (con un dedo desenfocado en el cartel, me ha llamado la atención¿?) una barriobajera yonqui (se le dan muy bien estos papeles a Verónica), incapaz de vivir en sociedad, fuera de las cuatro paredes de la cárcel, quizás también porque es lo único que conoce desde niña.
Dolores, una gitana rubia que ha matado a su marido, en unos años bastante lejos todavía de la ley sobre violencia de genero, está interpretada por una Ana Wagener, más sobreactuada que nunca. Violeta Pérez es una joven colombiana de lo más sufrida, la ubicua, Natalia Mateo, da vida a una lesbiana metida en líos y la veterana actriz mexicana, Patricia Reyes Spíndola salva el tipo en la piel de una narco.
A todas ellas hay que sumar también la presencia de Blanca Portillo en un papel de poco lucimiento, el de Adela, la directora de prisiones y mano derecha de Mar. Lo peor de esta historia es su cursilería, la moralina que sacude todas sus secuencias. El tono melodramático siempre a camino entre la comedia y la tragedia que estoy harta de ver en televisión y mucho más en el último cine español, me enerva.
Parece que somos incapaces de llegar a la madurez narrativa con este estilo de películas que por otro lado son tristemente defendidas por ciertos sectores de critica y publico, a mí particularmente, El patio de mi cárcel al igual que la antes mencionada, Siete mesas de billar francés o la Torre de Suso, lo único que me producen, es vergüenza ajena. El cine español necesita de raíz un cambio a nivel narrativo y formal y aunque ya existen ejemplos puntuales con autores como Jaime Rosales o Albert Serra, deben empezar a ser aceptados no solo en Festivales de cine internacional sino sobretodo por el gran público.
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