Como todos nosotros el pasado 2 de diciembre del 2007, Jaime Rosales leyó la noticia de que 3 miembros de ETA se cruzaron por casualidad, en una estación de servicio francesa, con 2 guardias civiles, el encuentro acabó con el asesinato de estos últimos.
Este fortuito atentado, lleno de una crueldad y desconcierto inexplicables, provocó en el director catalán una reacción inmediata, que se tradujo apenas una semana después en un guión cinematográfico.
El 22 de septiembre de 2008 en pleno Festival de cine de San Sebastián, cuando tan solo habían pasado 10 meses del suceso, se presentó en la sección oficial, Tiro en la cabeza (Bat Buruan), tercer largometraje de Jaime Rosales. Era la película más esperada, ya no sólo por el tema que trataba, si no porque las expectativas puestas tras La soledad.
El listón estaba muy alto y Rosales no defraudó. Tiro en la cabeza es una propuesta innovadora, filmada con teleobjetivos, seguimos minuciosamente al protagonista en su monótona vida, en la oficina, con su novia, en el parque con su hermana y su sobrino.
Es un seguimiento a distancia, lo vemos pero no lo oímos, el sonido ambiente silencia los diálogos, en cierto modo es como si lo espiáramos. El planteamiento incluso se parece a un documental de naturaleza salvaje, en el que se sigue sigilosamente a un animal esperando que de un momento a otro de su zarpazo mortal. Finalmente toda esta monotonía se verá alterada con el fatal encuentro.
El papel protagonista está interpretado por Ion Arretxe, director de arte de profesión, quien consigue poner rostro creíble a un personaje tan complicado. El resto de actores tampoco son profesionales, según contó el propio Rosales, para llevar a cabo las secuencias buscaba crear un ambiente en el que los protagonistas se sintieran cómodos. Ponía la cámara a grabar, dejaba que empezara a fluir la conversación hasta que llegaba un momento en el que los actores se relajaban, olvidando incluso que se les estaba filmando, ese era el momento que al director, le interesaba reflejar. Luego hacía claqueta final. Con esta fórmula consigue que las situaciones se vuelvan cotidianas, cercanas y creíbles.
La historia tiene diferentes lecturas, a parte claro está de mostrar de una forma más o menos aproximada unos hechos reales, plantea una reflexión acerca de la necesidad de escucharse, de intentar buscar una solución al conflicto entre todos.
Que cada una de las partes ignore a la otra, sin intentar comprenderla como persona que hace algo motivada por algo, no aporta nada positivo. Como dice el propio Rosales “No se trata de echar culpas a los otros. Si se quiere derrotar al terrorismo, no llegaremos a una solución; si el terrorismo quiere vencer a la democracia, tampoco podrá.
Si todos vivimos en compartimentos estancos, nada se resolverá. Esto se soluciona escuchando". Con tiro en la cabeza, estamos ante una película arriesgada tanto argumental como formalmente. Una propuesta necesaria, que experimenta con el lenguaje cinematográfico intentando buscar nuevas formas de expresión, tan estancadas en el cine español reciente.
Hay que reconocer que, a día de hoy, si no fuera por las propuestas que nos llegan desde Cataluña, véase, Pere Portabella (Die stille vor Bach) José Luis Guerín (En la ciudad de Sylvia) Marc Recha (Dies d’agost) Isaki Lacuesta (La leyenda del tiempo) Albert Serra (El cant dels ocells) o Jaime Rosales, poco interesante nos quedaría.
Este fortuito atentado, lleno de una crueldad y desconcierto inexplicables, provocó en el director catalán una reacción inmediata, que se tradujo apenas una semana después en un guión cinematográfico.
El 22 de septiembre de 2008 en pleno Festival de cine de San Sebastián, cuando tan solo habían pasado 10 meses del suceso, se presentó en la sección oficial, Tiro en la cabeza (Bat Buruan), tercer largometraje de Jaime Rosales. Era la película más esperada, ya no sólo por el tema que trataba, si no porque las expectativas puestas tras La soledad.
El listón estaba muy alto y Rosales no defraudó. Tiro en la cabeza es una propuesta innovadora, filmada con teleobjetivos, seguimos minuciosamente al protagonista en su monótona vida, en la oficina, con su novia, en el parque con su hermana y su sobrino.
Es un seguimiento a distancia, lo vemos pero no lo oímos, el sonido ambiente silencia los diálogos, en cierto modo es como si lo espiáramos. El planteamiento incluso se parece a un documental de naturaleza salvaje, en el que se sigue sigilosamente a un animal esperando que de un momento a otro de su zarpazo mortal. Finalmente toda esta monotonía se verá alterada con el fatal encuentro.
El papel protagonista está interpretado por Ion Arretxe, director de arte de profesión, quien consigue poner rostro creíble a un personaje tan complicado. El resto de actores tampoco son profesionales, según contó el propio Rosales, para llevar a cabo las secuencias buscaba crear un ambiente en el que los protagonistas se sintieran cómodos. Ponía la cámara a grabar, dejaba que empezara a fluir la conversación hasta que llegaba un momento en el que los actores se relajaban, olvidando incluso que se les estaba filmando, ese era el momento que al director, le interesaba reflejar. Luego hacía claqueta final. Con esta fórmula consigue que las situaciones se vuelvan cotidianas, cercanas y creíbles.
La historia tiene diferentes lecturas, a parte claro está de mostrar de una forma más o menos aproximada unos hechos reales, plantea una reflexión acerca de la necesidad de escucharse, de intentar buscar una solución al conflicto entre todos.
Que cada una de las partes ignore a la otra, sin intentar comprenderla como persona que hace algo motivada por algo, no aporta nada positivo. Como dice el propio Rosales “No se trata de echar culpas a los otros. Si se quiere derrotar al terrorismo, no llegaremos a una solución; si el terrorismo quiere vencer a la democracia, tampoco podrá.
Si todos vivimos en compartimentos estancos, nada se resolverá. Esto se soluciona escuchando". Con tiro en la cabeza, estamos ante una película arriesgada tanto argumental como formalmente. Una propuesta necesaria, que experimenta con el lenguaje cinematográfico intentando buscar nuevas formas de expresión, tan estancadas en el cine español reciente.
Hay que reconocer que, a día de hoy, si no fuera por las propuestas que nos llegan desde Cataluña, véase, Pere Portabella (Die stille vor Bach) José Luis Guerín (En la ciudad de Sylvia) Marc Recha (Dies d’agost) Isaki Lacuesta (La leyenda del tiempo) Albert Serra (El cant dels ocells) o Jaime Rosales, poco interesante nos quedaría.
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