A short film about the Indio Nacional es un relato que se sitúa en los años 1890 durante la sangrienta emancipación de Filipinas de la tutela española, y se desarrolla a partir de tres personajes cuyas vidas se ven trastornadas por la revolución nacional en germen. La estructura narrativa, los recursos cinematográficos y el crecimiento de los personajes acompañan esta misma evolución en los acontecimientos históricos.
Así, Raya Martin recorre metafóricamente la infancia de su país a través de la infancia del cine y de sus personajes. Se trata de un relato enmarcado en el cual un hombre desvelado por el insomnio de su esposa hace las veces de narrador intradiegético.
En esta introducción la imagen es en color, el grano de la película se abre, los planos cercanos son largos y estáticos, mientras que hay una sincronización del sonido con la imagen. Es el presente, la época actual desde donde el director nos posiciona para observar el pasado.
Luego, todo el desarrollo del filme se enmarca en un extenso flash-back que nos remite al mito del origen. En este flash-back la imagen se presenta en blanco y negro mientras que el sonido es completamente suprimido a la manera de una película muda.
Se utilizan rótulos explicativos y la unión entre las escenas está dada por cortes abruptos que cierran y abren del negro, sin fundidos ni iris.
Este tipo de montaje precede al establecimiento del Modo de Representación Institucional, es decir, a la edad adulta del cine.
El relato enmarcado reaparece durante la puesta en escena en la que los filipinos disfrazados de conquistadores recrean las hazañas del legendario Bernardo Carpio, un héroe asturiano que durante la época de oro de la literatura española sirvió de fuente de inspiración a obras de caballería y a poemas épicos. Aún se sigue discutiendo si se trata de un personaje histórico o ficticio.
Lo cierto es que el mito fue adoptado y transformado por los filipinos convirtiéndolo en un héroe nacional capaz de abrirse paso en la montaña utilizando su fuerza sobrehumana, para salvar a su pueblo de los invasores españoles y norteamericanos (cabe recordar que España perdió la colonia de Filipinas en la guerra hispano-estadounidense de 1898).
Si bien la población filipina es mayoritariamente católica, hay en la película dos alusiones al cristianismo como forma de dominación: en primer instancia cuando los katipuneros arrojan al sacerdote al agua y un rótulo apunta en forma irónica: “uno, dos, tres cientos años”, haciendo referencia al periodo de colonización; y en segunda instancia, cuando la Virgen María personificada corre en persecución de Indio –denominación que los españoles daban a los nativos-, luego de lo cual aparece en cuadro un grupo de niños muertos en medio del bosque. Lejos de la imagen maternal y compasiva, la Virgen María está aquí representada como una figura vengativa siempre pronta a infligir un castigo.
Por otra parte los rótulos aparecen escritos con una tipografía cursiva del sudeste asiático que cambia a una imprenta occidental en los títulos de cierre. La escritura está aquí utilizada como un rasgo distintivo del ser nacional que viene a reemplazar la voz ausente de un pueblo dominado. Un pueblo representado por un grupo de niños aún sin historia ni pasado, que observan con asombro un eclipse sin llegar a captar el fenómeno de manera racional.
Es precisamente el Sol, representado dos veces en forma de dibujo infantil animado, una clave de lectura para comprender el filme que nos ocupa. En un comienzo el astro aparece eclipsado por la Luna –de la misma manera se puede comprender la etapa de colonización de Filipinas, como la luz de una nación obstruida por otra-, mientras que hacia el final, cuando los niños alcanzan la adolescencia y han comenzado a rebelarse tomando conciencia de su propia identidad, aquel mismo Sol nace en un nuevo y prometedor amanecer.
El final permanece abierto y silencioso. Entonces cabe preguntarse si el interés de realizar este filme consistió únicamente en una manera original de relatar la historia de Filipinas, o quizá en una nueva forma de abrevar en las fuentes, de sondear en los intersticios de la memoria reviviendo el mito de un pasado heroico como forma de rescatar su identidad nacional.
Así, Raya Martin recorre metafóricamente la infancia de su país a través de la infancia del cine y de sus personajes. Se trata de un relato enmarcado en el cual un hombre desvelado por el insomnio de su esposa hace las veces de narrador intradiegético.
En esta introducción la imagen es en color, el grano de la película se abre, los planos cercanos son largos y estáticos, mientras que hay una sincronización del sonido con la imagen. Es el presente, la época actual desde donde el director nos posiciona para observar el pasado.
Luego, todo el desarrollo del filme se enmarca en un extenso flash-back que nos remite al mito del origen. En este flash-back la imagen se presenta en blanco y negro mientras que el sonido es completamente suprimido a la manera de una película muda.
Se utilizan rótulos explicativos y la unión entre las escenas está dada por cortes abruptos que cierran y abren del negro, sin fundidos ni iris.
Este tipo de montaje precede al establecimiento del Modo de Representación Institucional, es decir, a la edad adulta del cine.
El relato enmarcado reaparece durante la puesta en escena en la que los filipinos disfrazados de conquistadores recrean las hazañas del legendario Bernardo Carpio, un héroe asturiano que durante la época de oro de la literatura española sirvió de fuente de inspiración a obras de caballería y a poemas épicos. Aún se sigue discutiendo si se trata de un personaje histórico o ficticio.
Lo cierto es que el mito fue adoptado y transformado por los filipinos convirtiéndolo en un héroe nacional capaz de abrirse paso en la montaña utilizando su fuerza sobrehumana, para salvar a su pueblo de los invasores españoles y norteamericanos (cabe recordar que España perdió la colonia de Filipinas en la guerra hispano-estadounidense de 1898).
Si bien la población filipina es mayoritariamente católica, hay en la película dos alusiones al cristianismo como forma de dominación: en primer instancia cuando los katipuneros arrojan al sacerdote al agua y un rótulo apunta en forma irónica: “uno, dos, tres cientos años”, haciendo referencia al periodo de colonización; y en segunda instancia, cuando la Virgen María personificada corre en persecución de Indio –denominación que los españoles daban a los nativos-, luego de lo cual aparece en cuadro un grupo de niños muertos en medio del bosque. Lejos de la imagen maternal y compasiva, la Virgen María está aquí representada como una figura vengativa siempre pronta a infligir un castigo.
Por otra parte los rótulos aparecen escritos con una tipografía cursiva del sudeste asiático que cambia a una imprenta occidental en los títulos de cierre. La escritura está aquí utilizada como un rasgo distintivo del ser nacional que viene a reemplazar la voz ausente de un pueblo dominado. Un pueblo representado por un grupo de niños aún sin historia ni pasado, que observan con asombro un eclipse sin llegar a captar el fenómeno de manera racional.
Es precisamente el Sol, representado dos veces en forma de dibujo infantil animado, una clave de lectura para comprender el filme que nos ocupa. En un comienzo el astro aparece eclipsado por la Luna –de la misma manera se puede comprender la etapa de colonización de Filipinas, como la luz de una nación obstruida por otra-, mientras que hacia el final, cuando los niños alcanzan la adolescencia y han comenzado a rebelarse tomando conciencia de su propia identidad, aquel mismo Sol nace en un nuevo y prometedor amanecer.
El final permanece abierto y silencioso. Entonces cabe preguntarse si el interés de realizar este filme consistió únicamente en una manera original de relatar la historia de Filipinas, o quizá en una nueva forma de abrevar en las fuentes, de sondear en los intersticios de la memoria reviviendo el mito de un pasado heroico como forma de rescatar su identidad nacional.
Adriana Schmorak
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