Me gusta más el título original de esta película: I’m a cyborg but that's ok, resulta divertido y naif, a la historia le pega más pero en los cines españoles han decidido quedarse solo con la primera parte, más soso pero está bien.
Park Chan - WooK después de la exitosa trilogía sobre la venganza es uno de los directores de moda y la verdad es que todos cruzamos dedos cada vez que estrena película porque su estilo está a años luz del resto.
Visualmente impactante e increíble, cada plano, cada encuadre es una obra de arte. En esta ocasión se aleja de la tragedia pero no del tema central de su filmografía, en Soy un cyborg también hay venganza aunque contada en tono de comedia, a ratos muy divertida y romántica. En esta historia hay que dejarse llevar por la locura de todos sus personajes desde el principio porque si no estás perdido y gusta, gusta muchísimo porque es en el fondo una hermosa historia de amor entre dos jóvenes, eso sí más cercanos a Amelie (con la que guarda más de un parecido) que a los novios de Love Story.
Los protagonistas (Lim Su-Jeong, Rain) son coreanos, jóvenes y guapos, sobretodo él que enamora con sus bucles rubios. Un día ingresan a la joven Young-soon en un hospital psiquiátrico tras una crisis mental. Convencida de que es un cyborg de combate, sólo se alimenta de pilas y baterías eléctricas.
Allí conocerá a un chico que se oculta constantemente tras una máscara y que se cree capaz de robar el alma de los demás. Con él que iniciará una curiosa amistad.Lo mejor, es su puesta en escena y una fotografía que debe del comic y el anime japonés.
El valor artístico de esta película es innegable, ganó el premio Alfred Bauer en la Berlinale del año pasado y deja claro que el cine más moderno llega en la actualidad desde Oriente con autores como el propio Park Chan Wook, Wong Kar Way o Takeshi Kitano.
La presentación de Soy un cyborg nos lleva desde sus primeros minutos a un microuniverso delirante de fantasía desbordante a caballo entre el comedimiento minimalista y la más pura lisergia, plagado de acontecimientos tan descacharrantes como trágicos (no olvidemos que la base de todo es la anorexia que sufre la protagonista) en un planteamiento valiente capaz de unir el drama de un sanatorio mental (algunos planos recuerdan el clásico, Alguien voló sobre el nido del cuco).
Los participantes de la obra, a través de sus “poderes”, arrancan carcajadas en una platea que disfruta viendo cómo una oronda mujer puede volar si frota sus calcetines de colores, o cómo un súper saque convierte a un hombre en un imbatible jugador de ping-pong; la transición a la realidad es siempre acertada, desdibujando la profundidad del dolor interno de cada uno de ellos, atenazados por diversos grados de deterioro mental. Pues eso que hay que dejarse llevar por las locuras de cada habitante de este singular hospital.
Crítica evidente de la mecanización que sufre la sociedad actual y parábola de un tema tantas veces reflejado en el cine como es la búsqueda de la personalidad en la adolescencia, la protagonista se cuestiona el fin de su existencia.
La conexión más allá de lo puramente físico de la pareja central convierte la extravagancia en sencillez, de suerte que el espectador absorbe de manera sorprendentemente asequible algo que, presentado en otros términos menos sinceros, rayaría en lo absolutamente delirante e incomprensible. Sin duda, la confirmación definitiva de que Park Chan-Wook es un creador increíble al que desde aquí seguimos la pista.
Park Chan - WooK después de la exitosa trilogía sobre la venganza es uno de los directores de moda y la verdad es que todos cruzamos dedos cada vez que estrena película porque su estilo está a años luz del resto.
Visualmente impactante e increíble, cada plano, cada encuadre es una obra de arte. En esta ocasión se aleja de la tragedia pero no del tema central de su filmografía, en Soy un cyborg también hay venganza aunque contada en tono de comedia, a ratos muy divertida y romántica. En esta historia hay que dejarse llevar por la locura de todos sus personajes desde el principio porque si no estás perdido y gusta, gusta muchísimo porque es en el fondo una hermosa historia de amor entre dos jóvenes, eso sí más cercanos a Amelie (con la que guarda más de un parecido) que a los novios de Love Story.
Los protagonistas (Lim Su-Jeong, Rain) son coreanos, jóvenes y guapos, sobretodo él que enamora con sus bucles rubios. Un día ingresan a la joven Young-soon en un hospital psiquiátrico tras una crisis mental. Convencida de que es un cyborg de combate, sólo se alimenta de pilas y baterías eléctricas.
Allí conocerá a un chico que se oculta constantemente tras una máscara y que se cree capaz de robar el alma de los demás. Con él que iniciará una curiosa amistad.Lo mejor, es su puesta en escena y una fotografía que debe del comic y el anime japonés.
El valor artístico de esta película es innegable, ganó el premio Alfred Bauer en la Berlinale del año pasado y deja claro que el cine más moderno llega en la actualidad desde Oriente con autores como el propio Park Chan Wook, Wong Kar Way o Takeshi Kitano.
La presentación de Soy un cyborg nos lleva desde sus primeros minutos a un microuniverso delirante de fantasía desbordante a caballo entre el comedimiento minimalista y la más pura lisergia, plagado de acontecimientos tan descacharrantes como trágicos (no olvidemos que la base de todo es la anorexia que sufre la protagonista) en un planteamiento valiente capaz de unir el drama de un sanatorio mental (algunos planos recuerdan el clásico, Alguien voló sobre el nido del cuco).
Los participantes de la obra, a través de sus “poderes”, arrancan carcajadas en una platea que disfruta viendo cómo una oronda mujer puede volar si frota sus calcetines de colores, o cómo un súper saque convierte a un hombre en un imbatible jugador de ping-pong; la transición a la realidad es siempre acertada, desdibujando la profundidad del dolor interno de cada uno de ellos, atenazados por diversos grados de deterioro mental. Pues eso que hay que dejarse llevar por las locuras de cada habitante de este singular hospital.
Crítica evidente de la mecanización que sufre la sociedad actual y parábola de un tema tantas veces reflejado en el cine como es la búsqueda de la personalidad en la adolescencia, la protagonista se cuestiona el fin de su existencia.
La conexión más allá de lo puramente físico de la pareja central convierte la extravagancia en sencillez, de suerte que el espectador absorbe de manera sorprendentemente asequible algo que, presentado en otros términos menos sinceros, rayaría en lo absolutamente delirante e incomprensible. Sin duda, la confirmación definitiva de que Park Chan-Wook es un creador increíble al que desde aquí seguimos la pista.
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